Generalmente, cuando hablamos de una “buena puesta en escena” pensamos en una buena representación teatral encima de un escenario donde se ha cuidado tanto la escenografía, como el vestuario, el ritmo y la dramaturgia. Pensamos en la representación de un buen texto por parte de uno o varios actores que han sabido conquistar al público al que iba dirigido. Realmente, esto último, es lo imprescindible en una puesta en escena: un público al que alguien (un actor, un comunicador) dirige un mensaje. En definitiva, alguien hablando en público.
No necesariamente debe existir un escenario teatral, ni un texto dramático, ni una gran escenografía o un magnífico vestuario. Pero las capacidades y habilidades con las que debe contar un actor para llegar y satisfacer a su público sí son comunes a las de un buen comunicador: una buena vocalización, una buena dicción, la expresividad adecuada, la capacidad de emocionar, de ser creíble, de improvisar si es necesario, el ritmo adecuado, la energía, la intensidad, etc,
Estas capacidades y habilidades sí deben existir también en un buen orador o, mejor dicho, en un buen comunicador, quien también tendrá que contar con un buen discurso que transmitir a su público para conseguir una buena puesta en escena, ya sea en un auditorio, en un aula, en una oficina, en una plaza o en un teatro.