¿Eres docente, profesor, maestro, formador? ¿Hasta qué punto te responsabilizas de tu forma de comunicar en el aula?
Todos hemos tenido profesores o formadores que han hecho que surja nuestra mejor versión (habitualmente, los menos) y otros que no nos han hecho amar la materia precisamente, desde clases soporíferas hasta otras “pasables”.
¿Dónde está la diferencia? En las habilidades comunicativas del formador. No basta con saber mucho de una materia: se trata de saberla transmitir, de hacer pensar, de hacer sentir, de que el alumno “viva” los contenidos, de motivar. Cuánto más hábil es el docente en materia de comunicación, más efectiva resultará la formación.
¿Qué tienen en común los formadores que nos hacen disfrutar, querer saber más y aumentan nuestra motivación?
- Saben crear un espacio seguro en el aula, en el que nadie es más ni menos que nadie, no hay juicios.
- Fomentan la relación con el alumno. Propicia que el alumno no se sienta “uno más”, sino único y especial.
- Saben utilizar el lenguaje de forma que motive a los alumnos a continuar aprendiendo.
- Utilizan el efecto Pigmalión. Existe el mito de que Pigmalión, escultor griego, se enamoró de una de sus estatuas y consiguió que ésta se convirtiera en un ser vivo. Extrapolado al aula, este concepto nos indica que los mejores formadores saben extraer lo mejor de cada uno de sus alumnos.
- Saben corregir de forma eficaz proporcionando al alumno una visión objetiva de su trabajo, dejando fuera los “muy mal”, “muy bien”. Habla de resultados, no de las personas.
- Saben hacer las preguntas adecuadas, encaminadas a que el alumno reflexione, decida, se comprometa y crea en sí mismo.
- Preparan minuciosamente sus clases, controlando los tiempos, estructura de los contenidos, utilizando una metodología que propicie el aprender haciendo.
- Velan por que todos los alumnos participen en su justa medida. Podemos encontrarnos en el aula con alumnos que no participan nunca o casi nunca y otros que monopolizan el tiempo de intervención. El formador eficaz lidera y modera los tiempos de intervención de forma adecuada.
- Explican a sus alumnos la finalidad de los ejercicios. Nuestro cerebro necesita orden, necesita entender. Explicar el “para qué” de las dinámicas ayuda a la participación y a interiorizar el aprendizaje.
- Tienen una buena puesta en escena. Sabe utilizar el lenguaje verbal, no verbal y paraverbal de forma que los alumnos deseen escuchar, ver, pensar y sentir en el aula, con los cerebros de profesor y alumnos sincronizados.
Hay mucho camino por recorrer en materia de formación. No basta con cambiar las Leyes: Todas las personas que nos dedicamos a la docencia podemos hacer mucho más para mejorar los resultados en el aula.
¡No os perdáis este video! Ilustra de una manera fantástica en qué consiste el efecto Pigmalión.
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